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sábado, 2 de enero de 2010

LOS SEÑORES DE LAS ESTRELLAS -16-


Akhenaton fue un contactado de los seres provenientes de Orión. El culto monoteísta y carismático que proponían sus hermanos cósmicos trataba en todo momento de acercar al ser humano a la esencia divina que cada uno portamos dentro. Todo estaba preparado para el nacimiento del Avatar de la Era de Aries, Moises. Se habían realizado muchas intervenciones genéticas y todo estaba dirigido para conseguir un selección de una calidad humana más elevada, más psíquica y más intuitiva.
Pero los hijos de Set; los setánicos, también se movían con planes contrarios. Una minoría de sacerdotes del culto de Amon también practicaba sus ritos y sus oraciones para derribar al Faraón y su culto. Estos iniciados setánicos vestían de negro en sus ceremonias y su símbolo era una pirámide invertida. Casi todos ellos están ahora reencarnados en la casta sacerdotal de la Iglesia Católica.
Tal fue el combate entre unos y otros, que los Señores de las Estrellas tuvieron que abortar varios planes para asesinar al Faraón. Finalmente tuvieron que aconsejar al Rey que abandonara su palacio paterno de Tebas y los de Menfis y Heliópolis construyéndose una ciudad separada de las rutas y del bullicio del pueblo.
Finalmente se puso en marcha la construcción de la ciudad de Aton, en el desierto, a medio camino entre Tebas y Menfis. Fue la ciudad de Amarna. Donde el Faraón, su esposa, y sus seguidores mas directos se refugiaron no tanto por vocación, sino para defenderse de las intrigas de la casta sacerdotal, que tenía el dinero y los medios para conspirar en toda regla contra el propio Faraón. Incluso se habían conspirado con el propio ejército. Sobre todo el general Horenheb, hombre conservador y seguidor de las viejas tradiciones, veía con malos ojos, el que su soberano se entregara a aquellas extrañas prácticas religiosas, apartándose de las tradiciones, mientras que los Hititias y babilónicos, habían extendido sus imperios por el Norte invadiendo Mittani y las fronteras del propio imperio egipcio. Este general junto con otros cortesanos estaba preparando un verdadero golpe de estado. Había conseguido hacerse con la confianza de la casta sacerdotal y en los próximos años, conseguiría hacerse con el poder, después de que Tutankhamon, hijo de Akhenaton y de su madre Tiy, fuera asesinado siendo prácticamente un niño. Horemjeb, se casó finalmente con una de las seis hijas de Akhenaton, legalizando así la toma del poder, dando origen a la saga de los Ramsémidas.
Volviendo a los “Señores de las Estrellas”, sabedores de que el culto a Aton y por tanto el monoteísmo no se podía instaurar en Egipto, idearon un plan asombroso que en los próximos años, llevaría a todo un pueblo a instaurar en forma rotunda el monoteísmo.
Por un lado, ordenaron la disolución de la Fraternidad Solar, haciendo viajar a sus miembros con los misterios a las distintas naciones del mundo entonces conocido. Todos estos hombres crearon en cada cultura cultos y actividades iniciáticas a semejanza de lo aprendido en Egipto.
El mejor de lo iniciados de la Fraternidad llamado Jetró, se le ordenó viajar a la península de Sinaí, en Madiam, con el fin de preservar el conocimiento, que en su día debía ser entregado al Avatar de Aries, Moisés.
Se le indicó al Faraón que debía tener un hijo con su propia madre Tiy, a fin de que los anticuerpos sembrados en él pasaran a su hijo Tutankhamon.
Se seleccionó una hebrea, que portaba los valores genéticos de viejo padre Jacob, para que una vez en palacio tuviera un hijo con Akhenaton, a fín de que naciera de esta unión el propio Moisés.
Y finalmente se le ordenó al propio Faraón, se preparara para dejar este mundo, pero no muerto, sino vivo y consciente, puesto que el plan de monoteísmo se realizaría no por si mismo, sino a través de uno de sus hijos. Pero el estaría en el carro celeste (ovni) con los Señores de las Estrellas, mientras que Moisés, sería guiado, junto a su pueblo a realizar la utopía del monoteísmo pero no en Egipto, sino en la Tierra Prometida.

Fue en la sala oval. Akhenaton había bajado a los pasadizos interiores del Egipto oculto. Una vez al año acudía el Farón en  solitario a este lugar para el rito de regeneración. Se trataba de purificar el cuerpo y el alma en las estancias subterráneas de la Gran Pirámide, para ascender después, por un angosto pasadizo hasta la cumbre de la propia pirámide, donde se encontraba el monolito traído por los viejos padre. El pasadizo contenía una pequeña plataforma de madera donde solo cabía un hombre. Por el centro de dicha plataforma pasaba una cuerda de esparto, que a su vez estaba sujeta a un juego de poleas en la cúspide de la pirámide. El propio Faraón tiraba de la cuerda hasta llegar a la cumbre y allí en postura de loto recibía la energía psicotrónica del cosmos. En estas prácticas, que duraban hasta tres horas de contemplación se podía perder hasta cinco kilos de peso corporal, a la vez que se llegaba casi a un estado de deshidratación, por la pérdida de varios litros de sudor.
Estaba en la sala oval, a punto de ascender por el pequeño ascensor, cuando la inmensa sala se iluminó con un extraño esplendor. El olor azufroso junto con un sinfín de chispas estáticas, hicieron palidecer al Faraón. De repente en el centro de la estancia se hizo presente una extraña máquina plateada, parecida a dos gigantescas escudillas de comida adheridas por el centro. Akhenaton había visto varias veces estas anifestaciones de los dioses, puesto que en las reuniones de la Gran Fraternidad eran frecuentes las visitas de los “Señores de las Estrellas”  en dicha sala. Pero a pesar de tales visitas, nunca se terminaba de asombrar y de sorprender por la magnífica presencia de los “dioses”.
La máquina voladora tenía unos veinte metros de diámetro y cerca de seis metros de alto en la cúspide. Del lado inferior de la misma comenzó a abrirse una costura luminosa y casi al instante apareció ante el Rey,  el gran Ramerik; Maestro Supremo de Orión, que en los tiempos del nacimiento del Viejo imperio, habría venido con el nombre de Ra,  para instruir a Thotek y los primeros Faraones. En estas ocasión no venían con él sus hermanos,  Osiris,  Isis y  Anubis.
Maestro, ¿Qué deseáis de mi?
Vengo a prevenirte y a anunciarte que el plan que te anunciamos por medio de nuestro hermano Amenhotep, “que viva muchos años en el Paraiso”; va a ser modificado. No es posible establecer entre tu pueblo el culto a una sola unidad de conciencia. No se dan las condiciones sociales, políticas y sobre todo espirituales que nos permitan romper las supersticiones religiosas, el dominio de la casta sacerdotal y la ignorancia de la mayoría de los educadores de tu pueblo. Dispersa la Fraternidad. Y disponte a venir con nosotros.
¿Pero como puedo yo ser digno de tal honor?, ¿Y que pasará con mis hermanos y mis hijos?
Ellos tienen su propio programa de vida. Todos están cumpliendo su propio devenir. A pesar de todo tu amor por ellos, nada ni nadie puede alterar su recorrido evolutivo. Cada uno tiene que realizar su verdad, sin que podamos alterarla. Incluso viendo a tu propio hijo metiéndose en el peligro más grande, y aún desgarrando tu corazón, el debe experimentar por si mismo y establecer conciencia por dicha experimentación.
A partir de este momento no comerás carne, no tomarás bebidas nocivas, y no vendrás a las ceremonias de regeneración. Cuando la Ciudad del Sol este concluida procurarás no salir a las fronteras ni permanecer mucho tiempo en Tebas. Existe todo un programa humano y suprahumano que quiere aniquilar nuestro proyecto y acabar con tu vida.
Esta a punto de nacer el Avatar del Carnero, y lo hará de tu carne y de tu sangre.
¿Quién será la madre; gran Maestro?
No lo será tu amada esposa, ni tu madre, ni ninguna de tus hijas. Ya esta designado el vientre que tendrá tal honor. No será princesa ni hija de nobles. Será humilde, callada y virgen. El más grande los Señores de Cielo nacerá de una esclava,  a fín de que se cumpla el misterio por el cual, el Señor, servirá al esclavo, a fin de que el esclavo aprenda a amar al Padre Creador de todas las Cosas. ¡Pero escucha bien Akhenaton!. La mujer designada no será de tu harén. Ni será obligada a engendrar, ni poseída. Pues todo Avatar debe nacer del amor y del deseo entre los dos principios.
¿Cómo sabré que es la mujer designada?
Tu no lo sabrás, sino tu corazón. El te arrastrará hacia ella, pues la elección no la haces tu, sino el que cabalga sobre ti.
Sea pues, así y hágase la voluntad del cielo.
En muy pocos segundos, la figura de Ramerik se adentró en el plato volador y casi al instante la sala oval se quedó en un profundo silencio, con la pena del faraón, que pensaba en tanto esfuerzo de su padre, de su maestro y de los hermanos de la Fraternidad valdíos. ¿Cómo podía decir a los suyos que la utopía y el propósito de su vidas no se podía realizar?.
Desde aquel encuentro Akhenaton, se refugió en una profunda tristeza interior, dejando el imperio en manos de sus funcionarios. Ya no sería más el Rey, sino el ermitaño del desierto.
La Fraternidad se reunió una vez más bajo la Gran Pirámide. Se escondieron los símbolos sagrados. Se ocultó el escarabajo de diamante límpido. Se cerraron las galerías. Se ocultaron los libros de Thot; de alguno de los cuales, se habían hecho copias en los años anteriores. (muchos de estos libros fueron pasto de las llamas en el incendio de la Biblioteca de Alejandría). Se inundaron varios pasadizos. Los “Señores de las Estrellas” dejaron en la sala oval el testimonio de su presencia, puesto que uno de sus vehículos aún permanece allí en nuestros días.
El llanto, y la impotencia de los setenta y dos hermanos resonó en todo el Cosmos. Tembló la palmera, lloraron todos los perros de Egipto. Se obscureció el cielo. Trepitó la tierra. Los niños en las cunas gritaron al unísono desconsolados. El tiempo paró y el espacio se encogió en aquella ceremonia de la Fraternidad de los Hijos del Sol.
Nefertiti y Akhenaton abrazaron a cada uno de sus hermanos. Todos se conjuraron para retornar unidos en las siguientes vidas. En el centro de la sala oval se dibujaron las siluetas de Ramerik, Isis, Osiris, Anubis. Era el “adios” de aquel tiempo para adentrarse en “hasta la eternidad” del reencuentro. Es por esto que nuestros corazones lloran todavía cuando el espíritu inmortal rememora los símbolos del “Corazón Púrpura”, “La Rosa” “La Cruz”, ciertos sonidos, ciertas posturas, ciertas imágenes, que siguen guardadas en nuestras almas. Es por esto que por miles de años, nos quedamos sin familia, sin patria, sin hogar donde descansar nuestros corazones. Es por esto que nuestros huesos se duelen al no poder todavía verter entre “los cerdos” las “perlas” de aquel “supremo conocimiento”.
Hubo más reuniones, pero no en Menfis, sino en Amarna. Pero no se volvió a alcanzar la brillantez y la plenitud de antaño. Los hermanos fueron poco a poco alcanzando sus destinos en el mundo. Jetró, el mejor de todos ellos terminó por destrozar el corazón del Farón y de su esposa al marchar a Madiam.

Era el tercer año del comienzo de las obras de Amarna. Akhenaton tuvo que viajar todavía una vez más a Menfis. Razones de estado le obligaron a entrevistarse con la plana mayor de sus ejércitos.
La historia de Egipto se centraba en dos centro de poder fundamentales; por un lado Menfis y por otro Tebas. Amenhotep III, el padre del Farón Hereje, había preferido Tebas, pero una gran parte de los servicios administrativos del imperio se ubicaban en Menfis.
El palacio del Rey era suntuoso, siempre lleno de nobles, de funcionarios de diverso rango y escalafón. Cuando el Faraón no estaba en él, se encendía una lámpara de aceite en los aposentos reales como si el alma del soberano estuviera acompañando a sus súbditos.
Dime Hatot, ¿Quién es la esclava que cada mañana recoge los lienzos de mi lecho y renueva mi vestuario.
El mayordomo del palacio quedó un poco asombrado de que el “hijo de los Dioses” se interesara por aquella esclava hebrea.
Se trata de Betasbet; mi señor. Es una joven hebrea que se ocupa de la lavandería de palacio. ¿La deseáis para vos, Señor?.
No mi buen mayordomo. Tu señor, el hijo de los Dioses, aún teniéndolo todo, debe mostrar desapego a su pueblo.
Akhenaton recordaba las palabras severas de Ramerik. A ninguna mujer podía poseer contra su voluntad.
Día a día. Betasebet esperaba tras el lienzo de terciopelo la salida del Faraón para proceder al aseo de su estancia. La mirada baja y sumisa, escondían una bellísima cara morena, repleta de ternura y de candor. Jamás hubiera imaginado que el Rey se había fijado en ella.
Pasa a mi estancia Betsabet.
Divinidad; ¿Qué deseáis de mí y como sabéis mi nombre?
Os deseo a vos. Sería el ser más afortunado del mundo si esta noche yaceis conmigo.
Akhenaton se quedó perplejo al comprobar la osadía de su ruego. Incluso siendo el Faraón, y sobre todo por esto mismo, debía guardar la compostura que correspondía a su rango. Eran normalmente los mayordomos reales, los que acudían al haren real para buscar la mujer a la que correspondía yacer con el Faraón.
Vos sois mi señor. Tomad de mi cuanto deseéis. Pero os ruego que consideréis mi condición de sirviente y de fiel creyente en mi Dios y en mis tradiciones. Solo puedo entregarme al hombre que sea  mi esposo.
¿De que Dios hablas?
Del único Dios, Padre creador de todas las Cosas, Yavhe.
Justo al pronunciar esta palabra, la mente del Rey comenzó a girar a una tremenda velocidad. Estaba intentando unificar a su pueblo en torno a un solo Dios, cuando entre las clases más bajas ya existía esta semilla. Además se trataba de un pueblo de esclavos, que por ser reprimidos, habían fortalecido sus lazos de supervivencia mediante la unión lógica de las especies amenazadas.
¡Háblame más de tu Dios!
Poco puedo contaros yo mi Señor, solo los rabinos pueden hablar de El.
Ve en paz, Betasabet yo acallaré mi deseo en nombre de tu Dios.
Los siguientes días, fueron intensos para Akhenaton, no tanto por el trabajo propio de su reino, sino por las reuniones diarias que mantuvo con los rabinos más viejos del pueblo de Israel. Fue en ese tiempo cuando comenzó a valorar de nuevo la construcción de la Sinarquía Solar pero de la mano de su pueblo, sino de los esclavos. Iba finalmente comprendiendo los planes de los “Señores de las Estrellas” trasmitidos por Ramerik. Si efectivamente aquellos cientos de miles de parias, conseguían un caudillo, se darían las condiciones óptimas para comenzar un nuevo orden. El mayor problema estaba en la promesa que su Dios, les había dado de recuperar la tierra prometida, que al parecer estaba al Norte de su imperio. Inevitablemente la Sinarquía Monoteísta se produciría no en Egipto sino fuera.
Fueron días tormentosos para el Faraón. El deseo de poseer a Betsabet no le dejaba descansar. Trataba de retenerla junto a sí, pero volvía a su mente las palabras de Ramerik, con la prohibición de no poseer a la mujer. Algo en el corazón del Rey le decía que aquella era la mujer. Pero ella no mostraba ningún deseo hacia su Señor.

Pasaron dieciocho días. Había Luna llena. Aquella noche la joven virgen, dormía en su habitáculo, en la parte posterior del palacio. En los arrabales de los esclavos hebreos. Era una noche normal. Betsabet dormía plenamente, la jornada de palacio la había extenuado. En un momento comenzó a soñar. Se veía arrebatada por una extraña luz que estaba encima del palacio. Aunque estaba dormida sentía plenamente la suave brisa de las noches de Menfis, el vértigo de ganar altura y el miedo a caerse.
Luego se vio reposando en un lecho blanco. Todo estaba lleno de luz. Estaba desnuda, pero no sentía vergüenza alguna. Pequeños hombrecitos con grandes ojos negros iban  y venían por la espaciosa sala, portando instrumentos o herramientas que nunca había visto. En la sala entró un ser alto que desprendía luz. Era bellísimo. Emanaba una beatífica sensación de amor. La joven parecía vivir en el paraíso. Pero este estado no duró mucho puesto que los seres pequeñajos comenzaron a introducir una varillas metálicas por todo su cuerpo. No sentía dolor alguno, pero se veía ultrajada en su intimidad, sobre todo por que dos varillas entraron por su vagina. El sueño se tornava tortuoso y comenzó a sentir angustia. Pero no podía retornar a la vigilia, pues se sentía prisionera de un estado cataléptico que nunca en su vida había experimentado. Finalmente se despertó sudorosa, jadeante, llorando. Todo parecía estar normal, pero comprobó horrorizada que en los lienzos que cubrían la paja del lecho, había sangre, que a su vez había salido de su sexo. Miró su cuerpo y comprobó asimismo que su cuerpo tenía marcas precisas de incisiones que se correspondían con la ubicación de las varillas del sueño. ¿Lo había soñado, o simplemente estaba loca?. ¿Qué habían metido aquellos hombrecillos en su sexo?. No pudo responderse, no solo por que no tenía respuesta alguna, sino por que la campana de palacio le recordaba que estaba amaneciendo y comenzaba su tarea habitual.

Corrió con suavidad la cortina de la puerta que daba acceso a la estancia del Faraón. Akhenaton  vio a la doncella con una belleza inusitada, mordiéndose el deseo como los días anteriores. ¿Cómo era posible que el Rey de Egipto, que tenía miles de mujeres a su servicio se había obsesionado con aquella esclava?.
Pero ocurrió el milagro. Inesperadamente Betsabet dejó caer la túnica que le envolvía. Estaba desnuda ante su Faraón. Era una autómata sin conciencia, solo atada por un extraño deseo que jamás nunca había sentido.
Comenzó a sentir el calor del primer hombre de su vida. Era algo intenso, agradable, y a la vez deseado. Sentía dentro de si el ardor del deseo del Faraón hasta llegar a un clima de verdadero éxtasis. Perdió el sentido. Una rarísima visión se le presentó en la cabeza. Veía que su vientre era un campo y que una semilla caía dentro. Esta semilla crecía hasta hacerse grande. Luego la semilla se desgranaba y cada uno de estos granos crecía a su vez repitiendo millones de veces la misma operación. Comprendió entonces, sin ninguna dificultad que aquel acto incontrolado terminaría en un embarazo. Volvió en si experimentando una mezcla de deseo, placer y dolor a la vez. Sin duda estaba experimentando lo que su madre le había explicado en muchas ocasiones. Ya no era virgen, pero no le importaba.
Los quince días que siguieron a este acontecimiento, Betsebet se entregó por deseo voluntario a su Rey. Luego todo se terminó. Ambos sabían en su interior que habían sido instrumentos de Dios. Ambos sabían que debían seguir sus destinos.
Akhenaton llamó a palacio a Samuel, el Sumo sacerdote de Israel.
Debo partir, sabio anciano. Pero te encomiendo una tarea que deberás cumplir por ti mismo aceptándola de buen grado o por la fuerza. Deseo que Betasebet sea liberada de su obligación religiosa. La he tomado como una de mis esposas. Nada ni nadie podrá ofenderla. Vivirá en palacio por el resto de sus días. El fruto de su vientre, lleva mi sangre (Akheanton sabía en su interior que Betsabet estaba embarazada).
 -¡Quien soy yo para oponerme a la voluntad de mi Señor!. También nosotros sabemos que de una de nuestras mujeres nacerá un príncipe que liberará a nuestro pueblo. Cuidaré de la mujer y nada ni nadie ofenderá su vida ni el fruto de su viente.

Luego llamó a  Hatot y le dijo:
Debo partir. No se cuando retornaré. Pero te encomiendo por tu propia vida, que Betsabet sea respetada y liberada de cualquier tarea. Vivirá en palacio ocupándose de mi estancia personal. Deberás entregar al escriba este edito por el cual la libero de servidumbre y ordeno le sea entregada una renta de por vida, y su hijo sea instruído en el templo como un hijo mio.

Akhenaton no volvió más a Menfis, el riesgo de ser asesinado se lo impedía. Se quedó en Amarna. Nunca olvidó a Betsabet, pues sabía que era la elegida. Se ocupó día a día de que el niño nacido de su vientre fuera educado como un príncipe. Pero no puedo disfrutar de su presencia, puesto que cuatro años después Akhenaton se reunió con los Señores de las Estrellas.
Nefertiti supo de la existencia de aquel nacimiento y aunque el Faraón tenía varias decenas de niños nacidos del harem real, algo le decía que aquella esclava y que aquel nacimiento eran distintos. Nunca reprochó a su esposo nada, entre otras cosas por que el Faraón tenía derecho sin replica a poseer a toda mujer de Egipto.
Se esforzó Nefertiti en darle un hijo a su esposo, y lo consiguió finalmente pero a los cuatro meses de haber dado a luz a su hijo murieron ambos de un glaucoma vírico.

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