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sábado, 2 de enero de 2010

AKHENATON -14-


Al fallecimiento de Amenofis III, subió al poder, con la regencia de Tiy, su hijo Akhenaton. Su hermano mayor Tutmosis había fallecido previamente y fue él por orden de sucesión quien heredó el trono. La aún joven y lozana madre del Rey, conservaba toda la belleza y fuerza de una viuda que se había entregado primero al servicio del padre y ahora al servicio del hijo, pero en mayor medida al servicio de Egipto.
Amenhotep también había dejado este mundo. Pero previamente a su marcha, había instruido a Akhenaton en los misterios. El propio Faraón había estado en el Egipto secreto del interior de la esfinge. Conocía secretos que ningún mortal jamás pudiera haber soñado. Era un joven sabio.
El viejo maestro había entregado al joven Faraón la encomienda de crear la Gran Fraternidad de los Hijos del Sol. Tal era el designio de los “Señores de las Estrellas” y los años siguientes al fallecimiento de su padre y de su maestro, el espíritu de Akhenaton se vio redimensionado del conocimiento superior. La más grande las revoluciones espirituales de todos los tiempos se había puesto en marcha.

Desde todos los confines del Imperio, incluso de otros países fueron siendo despertados los espíritus de diversos seres a fín de crear la Gran Fraternidad de los Hijos del Sol. Finalmente Akhenatón logró formar setenta y dos hermanos, que fueron iniciados en los misterios. Una vez al año se reunían todos en la ceremonia de la “Recepción del espíritu de Ra”. Luego en diversos grupos y en diversas ceremonias, se sucedían encuentros, donde se trabaja en el conocimiento y en la iluminación.
La Gran Ceremonia se realizaba en la Sala oval del Egipto Interno. Bajo la Pirámide. La Guardiana del Sello; la esposa principal del Rey, la bella Nefertiti, ostentaba el lado femenino del Avatar y era a ella a quien correspondía guardar el escarabajo sagrado. Dicho escarabajo era una talla en cristal de roca pura, traído de la Constelación de Orión por lo antiguos padres.
Se entonaban bellos cantos que partiendo del estómago de los cofrades, se proyectaban al paladar, presionando la lengua sobre el mismo, a la vez que los ojos volteaban cerrados a la glándula pineal. Nefertiti ponía en escarabajo sagrado sobre una pequeña ara de grafito. Se tocaba una campana y todos se concentraban sobre aquella maravillosa joya. Poco a poco se producía una niebla blanca y espesa que iba definiendo el rostro y el cuerpo de un “hierofante”. Un Maestro que vive en el futuro y en otra dimensión, proyectaba su alma ante el grupo y les instruía en los misterios y el conocimiento.
Otras tantas veces eran convocados al gran hangar, que aún hoy se sitúa bajo la pirámide de Keops. Y ante todos ellos se producía el milagro de la materialización interdimensional de seres de carne y hueso venidos de las estrellas.
A estos “Hermanos superiores” les gustaba enseñar las habilidades propias del potencial humano. Se ponían máscaras, como la del perro o la del gato, incluso de algún pájaro, con objeto de producir en el inconsciente del adepto el despertar de las facultades perceptivas de estos animales. Ellos sabían que en cada ser humano esta dormida la memoria del gato, del perro, de la planta o del propio diplodocus. De esta práctica se popularizó por parte de los no iniciados la idea de representar a los dioses con cara de animales y cuerpo de hombres.
Todos los hermanos de la Fraternidad de los Hijos del Sol conocían que Dios no necesita de intermediarios. Que los dioses adorados por los hombres no eran sino representaciones más o menos próximas de otros hermanos más evolucionados que venían de las estrellas y que sembraron la vida sobre el planeta. Todos los hermanos de la Fraternidad sabían que Dios esta en todos y todo forma a Dios, y a su vez que Dios es el “sin forma”.
Todos los hermanos se juramentaron por todas su reencarnaciones el no adorar a estatuas y no crear cultos, templos e iglesias que alejaran a Dios de la más íntima de sus  moradas; es decir, el corazón humano. Todos sabían que adorar a un ser encarnado de carne y hueso era un gran pecado.
Cada uno de los setenta y dos había desarrollado diversas habilidades de precognición, profecía, telequinesia, desdoblamiento, pero se juramentaron para no mostrar estas habilidades en público,  a fin de no crear seres sometidos al fenómeno y no a la esencia.
Todos los espíritus inmortales de la vieja Fraternidad grabaron en la esencia de su ser, el crear la Sinarquía de todos los hombres, de todas las razas, de todos los seres vivos del planeta.
Ellos mostraron y aún muestran a los hombres que Dios no necesita de intermediarios ni de templos, que basta el corazón humano y práctica de la virtud para vivir en la consciencia de Dios.
Es por eso que Akhenaton y los sacerdotes de Amon, se enfrentaron en una lucha fratricida puesto que la doctrina de los Iniciados del Sol era contraria a los macabros intereses de una casta sacerdotal rica, desmotivada y alejada del espíritu divino.
Pocos conocían que los iniciados en los misterios se reconocían por llevar dibujada en sus mantos un corazón púrpura y una rosa. Tenían también como norma besarse tres veces en cada ceremonia, aunque no lo hacían en público puesto que esto les podía dar verdaderos problemas.
Los sacerdotes de Tebas que adoraban a Amon, levantaron un  bulo peligroso y a la vez vejatorio para los seguidores de Akhenaton.  Todos pensaron que las continuas visitas de gente joven a palacio, tanto en Tebas como en Menfis hacia sospechar de inclinaciones homosexuales por parte de Rey. Quizás la aristocracia espiritual y el porte sutil de los iniciados del Sol, daba a entender que se trataba de personas con inclinaciones afeminadas. Pocos podían entender que Akheanton amaba a sus hermanos de Fraternidad, no en el cuerpo, sino en el espíritu. Pocos podían entender que aquel extraño atractivo no se debía tanto a su cuerpo físico sino a lo que irradiaba sus almas.

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